En esta
bella y contemporánea muestra sobre la vetusta "poesía visual", se hace evidente un emergente motivo mandálico o circular
(de "mándala" [círculo]). Constelado de
disímiles glifos, nos habla del cosmos arquetípico contenido en el
"Sí-mismo"; la totalidad integral, entorno a la cual se va perfilando
el "proceso de individuación", como tantas veces ha explicado Jung.
La
imaginería cosmopolita que puebla este “mandala”, en la que destacan letras
hebreas, los signos astrológicos del Sol, la Luna, el paradójico Piscis, junto
a otros signos talismánicos, similares a los utilizados por los hermetistas del
Renacimiento, tales como Cornelio Agrippa, Paracelso y el Abad Trithemius en sus obras sobre magia. Predica esa “coincidentia
oppositorum” (unión de los contrarios), verdadera solidaridad y amalgama de
todas las esferas del ser, que es adquirida en el centro mismo, donde se hace
manifiesta la docta ignorantia de la que hablaba el Cusano.
Específicamente
en el enigmático caligrama titulado
Templo de Poseidón II, vemos que esta idea se haya reforzada por el
variopinto cromatismo (que combina tonos fríos y cálidos) en que se pone de
manifiesto toda la fuerza de la subjetividad emotiva y poética; implicado y
atemperado con lo objetivo racional y esférico, mensurado por una espacialidad
tetrádica (X). Cuya disposición, como incógnita “X”, no deja de sugerirnos el
constante inquirir a que nos incita el lema délfico: γνῶθι σεαυτόν (conócete a ti mismo). Pues estamos ante el ámbito de lo numinoso por excelencia. La duda del hombre racional que,
crucificado como San Andrés (Ανδρέας nombre que, del genitivo grc.:
ανδρός, significa “varón”) en medio del Cosmos cíclico. Parece sumido en total
impotencia ante lo aparentemente insoluble de aquél acertijo (esencialmente
ligado al llamado “axioma de María”, cf. Jung, Psicología y Alquimia [OC 12], §§
26 y 209; “Ensayo de interpretación psicológica del dogma de la Trinidad” [OC
11], § 181 ss.; Mysterium coniunctionis [OC 14], I: §§ 262, 271, p. 202,
207) propuesto antaño por la feroz Esfinge (esa fémina, de aspecto teriomorfo, símbolo del inconsciente) al sagaz Edipo, quien la llamara “Musa de mal agüero
de los muertos” no sin razón.
El que esta exótica bestia haya muerto ante el acierto del hijo de Yocasta. Ya fuera porque saltara voluntariamente del monte en que moraba (Higino), de la acrópolis tebana (Apolodoro), que fuera defenestrada por su victorioso rival (Eurípides). O, según otros, huyera la desierto de Egipto donde petrificada sufre el escarnio sarcástico del dios Momo. Quien, valga aclarar a modo de digresión, personifica una contrapartida (o polaridad) propia del inconsciente (pero un tanto más cercana a la consciencia) que hace énfasis en posturas “irracionales” tales como la ironía, el sarcasmo, inculpación y crítica que, en ocasiones, pueden ser injustas y malintencionadas.
El que esta exótica bestia haya muerto ante el acierto del hijo de Yocasta. Ya fuera porque saltara voluntariamente del monte en que moraba (Higino), de la acrópolis tebana (Apolodoro), que fuera defenestrada por su victorioso rival (Eurípides). O, según otros, huyera la desierto de Egipto donde petrificada sufre el escarnio sarcástico del dios Momo. Quien, valga aclarar a modo de digresión, personifica una contrapartida (o polaridad) propia del inconsciente (pero un tanto más cercana a la consciencia) que hace énfasis en posturas “irracionales” tales como la ironía, el sarcasmo, inculpación y crítica que, en ocasiones, pueden ser injustas y malintencionadas.
Por ello, hasta
cierto punto, se entiende que fuera el dios de los poetas y los escritores en
general. Sin duda, un loco burlón y pícaro, que enuncia verdades a modo de
fábulas delirantes y mordaces (como Cyrano de Bergerac y Rabelais). Un exiliado del Olimpo, de aquél encumbrado monte
de la consciencia donde sólo reposa “toda la luz” de la razón. Quedando apenas
espacio para una pesadilla como Momo, verdadero hijo de la oscura Nix (Noche),
según nos informa acertadamente Hesíodo. Sin embargo, nótese con Homero que
estos “dioses” poseen el lastre propio de las humanas pasiones. Así todo
ello (lo referido al deceso de la Esfinge), no significa más que el retorno al
inconsciente (“Egipto”, “desierto”, “abismo” al que es empujada), fuente y
origen, del eterno e invariable (pétreo, lapidario) acertijo sobre el drama
humano: la integridad espiritual del hombre frente a su multifacético devenir
biocultural.
En fin, estamos
ante una representación de exquisita simpleza sobre el Unus mundus [un solo mundo] del que la iconografía nos ha legado
disímiles y bellos testigos. En principio se trata de un concepto metafísico
(que en poco semeja a la “Globalización”, su pálido reflejo proyectado)
revalorizado por Jung (cf. Mysterium coniunctionis, [OC 14], II: §§
325-329, pp. 444-448; § 341, p. 457; § 375, pp. 483, 484, §§ 413-430, pp.
510-520) desde el psicoanálisis. Pero que hace su aparición ya en el siglo XVI
con el paracelsista Gerhard Dorn (c. 1530 – 1584), quien escribió en su obra De philosophia meditativa:
..“Aprende a conocer a partir de ti mismo lo que es siempre, tanto en el cielo como en la Tierra, y en especial que este universo ha sido creado por ti. ¿No sabes que el cielo y los elementos eran al principio uno y luego fueron separados unos de otros por una influencia divina para que de manera natural te generaran a ti y a todo lo demás? Si sabes esto, no se te puede escapar el resto. Para toda generación es necesaria esa separación… Nunca harás lo uno que buscas desde las otras cosas si antes no es uno en ti”..[citado por Jung, op. cit., I: § 346, pp. 462, 463].
Al respecto, comentaba
el discípulo de Freud:
..“Lo uno y simple es lo que Dorn llama el unus mundus. Este mundo es la res simplex [cosa simple]. El grado tercero y máximo de la coniunctio es para Dorn la unión del hombre total con el unus mundus. Como hemos visto, por unus mundus entiende el mundo potencial del primer día de la Creación [cf. II: § 375, pp. 483, 484], que aún no era nada in actu [cf. Gn. I, 5], en la dualidad y la pluralidad, sino que era uno. Para Dorn, la unidad del hombre creada a través de un procedimiento mágico es la posibilidad de producir una unidad también con el mundo, pero no con la realidad plural que vemos, sino con un mundo potencial que es el fondo eterno de todo ser empírico, igual que el sí-mismo es el fondo y el origen de la personalidad individual, a la que abarca en pasado, presente y futuro”..[Mysterium coniunctionis, I: § 414, p. 511].
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